Me pasaba por la casa de Monk y lo sacaba de la cama. Se levantaba, se acercaba al piano y se ponía a tocar. Me interpretaba alguna pieza suya y me miraba. Entonces yo cogía el saxo y me ponía a intentar sacar lo que él tocaba. Lo repetíamos una y otra vez hasta tenerlo ya casi dominado. Si se me presentaba mucha dificultad en algún momento, él sacaba el portafolio y me lo enseñaba escrito. Prefería que la gente aprendiera sin leer porque así se siente mejor y en menos tiempo. A veces sólo sacábamos una pieza por día.
Monk está siempre haciendo algo detrás que suena muy misterioso, pero que no lo es en absoluto una vez que se sabe lo que hace. Igual que las verdades sencillas. A lo mejor te coge, por ejemplo, un acorde menor y omite la tercera. Sin embargo, al tocarlo, queda en su lugar adecuado y te produce la sensación de menor, pero no es un acorde menor. He aprendido mucho con él. Trabajar con un tipo atento a lis detalles te ayuda a hacer tú lo mismo. En música, lo que cuenta son las cosas pequeñas. Es igual que cuando se edifica una casa. Se ponen juntas todas las cosas importantes y todo se tendrá en pie. Si se hace una chapuza, no tiene uno nada.
Con Monk siempre tenía que estar alerta porque, como no fueras consciente en todo momento de lo que ocurría, te daba súbitamente la sensación de haberte caído al hueco de un ascensor.
Trabajar con Monk me acercó a un arquitecto musical de primer orden. Me parecía aprender de él en todos los aspectos, tanto por mediación de los sentidos como teórica y técnicamente. Le exponía a Monk problemas musicales y él se sentaba al piano y me mostraba las respuestas tocándolas. Podía verle tocar y descubrir lo que quería saber. Podía también ver muchas cosas que yo ignoraba por completo.
Monk fue de los primeros en mostrarme cómo extraerle al tenor dos o tres notas a la vez. Él «sintió» aquella mecánica sólo con echarle un vistazo a mi saxo.
Pienso que Monk es un verdadero pensador musical.
Por: John Coltrane