A veces, las figuras más sombrías esconden la luz más inesperada. Cuando Ernesto Sabato converso con Emil Cioran una tarde de 1989, imaginaba encontrase con un pensador frío, tal vez distante, entregado por completo a la desesperanza que había plasmado en sus libros. Pero lo que descubrió fue otra cosa: un hombre vulnerable, sensible, casi fraterno.
En esta breve evocación, compartimos un fragmento íntimo de aquel encuentro, donde el pesimismo no fue un muro, sino un puente hacia una comprensión más profunda de la condición humana. Porque detrás del filósofo del abismo, había un alma herida, lúcida y profundamente humana.
«Sobre estos y otros temas conversé largamente con Cioran, una tarde en 1989».
«Contrariamente a lo que muchos presuponen y a lo que yo mismo pensaba, me sorprendió aquel hombre amable, menudo y apesadumbrado, predicador de un nihilismo que no coincidía con él. Más bien era un gran pesimista, por momentos subyugado por un otro, escéptico y descreído. Pero siempre con una sonrisa. En ningún momento un huraño indiferente, por el contrario, uno de esos hombre solidarios con la «desventurada muchedumbre». Quizá podamos referir a él la frase de Strindberg: «No detesto a los hombres, tengo miedo de ellos».
«Tengo la convicción de que su dolor metafísico se habría aliviado si hubiese podido escribir ficciones, por su carácter catártico, y porque los graves problemas de la condición humana no son aptos para la coherencia, sino únicamente accesibles a esa expresión mitopoética, contradictoria y paradojal, como nuestra existencia».
«En la tristeza todo se vuelve alma», dice en uno de sus ensayos que tanto han ayudado a desenmascarar la frivolidad y las sonrisas hipócritas de estos tiempos.
Por: Ernesto Sabato,
Antes del fin. (Fragmento)