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sábado, septiembre 7, 2024

SHAKIRA, GABO Y LA CURSILERÍA

En 1872, el andaluz Ramón Ortega y Frías, publicó la novela La gente cursi. Novela de costumbres ridículas, en la que dijo –a propósito del arribismo de la clase media en ciernes en España–, que la cursilería era una enfermedad de origen público. Creo que en la última noción tiene toda la razón: por supuesto que la cursilería se ejerce con relación a otros. El baño y el espejo a lo sumo se usan para practicar en soledad los ademanes de lo cursi, pero una vez somos capaces de soportarnos en soledad nuestra propia cursilería, es en la interacción con los otros, es decir, en la dimensión pública, que ésta cobra sentido. Sobre lo primero, lo de llamar a la práctica enfermedad, quizá todavía Ortega y Frías se movía dentro del radicalismo de la novedad del término –en un ensayo para la revista Letras Libres, publicado en septiembre del año 2001, Álvaro Enrigue dijo que el primer registro de la palabra cursi lo hizo Emilio Lafuente y Alcántara en su Cancionero popular, editado en 1865, y que la Real Academia de la Lengua admitió la palabra en la edición de 1869 de su diccionario–, pero con el paso del tiempo, y la domesticación y cotidianidad de la práctica, pocos se atreverían a ponerla en el terreno de lo patológico.

Más que una enfermedad, lo cursi se instala en los terrenos de la educación sentimental tan cara a la condición latinoamericana y caribeña. Mucho de esto se encuentra en algunas de las confesiones de Shakira durante la audiencia por fraude fiscal ocurrida hace cuatro años en Barcelona y que por estos días fue la comidilla de los medios de todos los colores debido a la filtración de las grabaciones del evento. Pensé en que la referencia a aviones que aterrizan de emergencia para que una novia en la premura pueda, a través de un beso, amansar los celos de la pareja ante la sombra del antiguo novio, parece el trabajo de campo para la composición de un bolero interpretado por Daniel Santos o la Sonora Matancera. Hace poco, espoleado por la pregunta de un amigo que indagaba por el origen de una fotografía de Gabriel García Márquez con Mercedes Barcha, me sumergí en los archivos fotográficos digitales de Gabo en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas. No encontré la foto en los archivos –no sobra decir que encontrarla tampoco era garantía de saber autor, autora, lugar y año, porque la curaduría del material virtual es bastante deficiente–, pero sí vi varias fotos de los encuentros de Gabo con Shakira en diferentes momentos, y pensé también que aquella confesión en los tribunales era la mejor imagen para construir la primera línea de un segundo perfil sobre la cantante barranquillera elaborada por el experto en la cursilería de los amores contrariados.

“Con su rostro de niña perfecta y su engañosa fragilidad, tuvo siempre la certeza absoluta de que iba a ser un personaje público de resonancia mundial. No sabía en qué arte o en qué parte, pero no tenía una sombra de duda, como si estuviera condenada al fatalismo de una profecía”, había escrito Gabo de Shakira en el perfil que la revista Cambio publicó en junio de 1999. No cambia mucho el tono de las palabras de la estrella pop cuando habló después de la muerte del octogenario; sus declaraciones refrendaron la admiración por esa especie de tío famoso e inalcanzable que no solo había querido reunirse con ella, sino que se tomó el trabajo de escribir sobre su vida. “La cursilería es el riesgo, el sacrificio que debe considerar todo aspirante a la grandeza artística”, se atrevió a decir Álvaro Enrigue al final de su pequeño ensayo. En este caso funciona, para ambos.

Por: Javier Ortiz Cassiani

elespectador / 5 Julio 2023

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