Hay escritores que recorren el mundo para narrarlo. Y luego está Fernando Pessoa, que recorrió el universo sin moverse de su cuarto. Su obra es un viaje hacia adentro, una exploración radical del pensamiento, la emoción y el vacío. Leer a Pessoa es como mirar un espejo en el que no siempre se reconoce el rostro, pero sí el alma.
Este fragmento, como casi todo lo que escribió, no pide ser entendido, sino sentido. Es un retrato de la melancolía sin causa, del cansancio que nace del pensamiento, de la nostalgia por lo que nunca fue. En su aparente quietud, Pessoa lo vive todo: baila sin moverse, ama sin tocar, sufre sin heridas visibles. Su literatura es una paradoja viviente: el arte de sentir lo intangible.
Aquí, el poeta lisboeta nos demuestra que hay vidas interiores más intensas que cualquier aventura exterior. Que hay quien ha amado, perdido, combatido y llorado… sin haberse levantado jamás de la silla.
Es un viaje del espíritu a través de la materia, y como es el espíritu el que viaja, es dentro de él donde se vive.
Hay por eso almas contemplativas que han vivido más intensa, más extensa y más tumultuosamente que otras que han vivido en el exterior. El resultado lo es todo. Lo que se sintió fue lo que se vivió. Se retira uno tan cansado de un sueño como de un trabajo visible. Nunca se vivió tanto como cuando se pensó mucho.
Quien está en un rincón de la sala baila con todos los bailarines. Lo ve todo, y por verlo todo, lo vive todo. Como todo, en resumidas cuentas, es al final una sensación nuestra, tanto vale el contacto con un cuerpo como su visión, e incluso hasta su simple recuerdo. Bailo, pues, cuando estoy viendo bailar. Digo, como el poeta inglés, cuando contaba que estaba viendo, tumbado a lo lejos en la hierba, tres segadores: «Hay un cuarto segando, y ese soy yo».
Viene todo esto, dicho tal como lo he sentido, a propósito del gran cansancio, aparentemente injustificado, que hoy se apoderó súbitamente de mí. No sólo estoy cansado, estoy amargado también, y esa amargura no tiene razón de ser. De tan angustiado como estoy, me siento al borde de las lágrimas —no de las lágrimas que se lloran, sino de las que se reprimen, lágrimas de una enfermedad del alma y no de un dolor sensible.
¡He vivido tanto sin haber vivido! ¡He pensado tanto sin haber pensado! Pesan sobre mí mundos de violencias en suspenso, de aventuras vividas sin dar un solo paso. Me siento colmado de lo que nunca tuve ni tendré, hastiado de dioses que no han existido todavía. Arrastro conmigo las heridas de todas las batallas que evité. Siento mi cuerpo muscular molido por el esfuerzo que ni llegué a pensar hacer.
Bazo, mudo, nulo… El alto cielo está de un verano muerto, imperfecto. Lo contemplo como si no estuviera allí. Duermo lo que pienso, estoy acostado caminando, sufro sin sentir. Mi nostalgia mayor es una nostalgia de nada, y ella misma no es nada, como el alto cielo que no veo y que estoy observando de una manera impersonal.
Fernando Pessoa | Libro del desasosiego. Editorial Acantilado / Fragmento