Aquel año participé en dos concursos literarios: el primero de cuento, el segundo
de novela. Buscaba demostrarme a mí mismo (y a ciertas personas que envidiaba)
que podía publicar. En el concurso de cuento no gané, lo cual no fue una sorpresa
para mí. Lo inesperado fue recibir un correo del editor días después del fallo: decía
que, aunque mis cuentos no ganaron, sí fueron valorados por el jurado. Quería
publicar mi libro. Proponía que yo aportara el cincuenta por ciento de los gastos.
No lo pensé mucho. Era la primera vez que una editorial me proponía publicar. Leí
el contrato. Trescientos cincuenta ejemplares. El monto de dinero era asequible.
Recuperaría los derechos del libro en cinco años. No exigían presentaciones.
Acepté.
El proceso de publicación duró ocho meses. Esperaba que el editor
corrigiera estilo, estructuras. No lo hizo. Por un momento creí que, si no había
correcciones, era porque el editor consideraba que el texto estaba bien escrito.
Luego comprendí que al editor no le interesaba corregir sino vender. Fui yo quien
corrigió formas en el proceso. El editor pidió ideas para la portada. Caí en cuenta
que yo no había pensado el libro más allá del contenido interno. No había pensado
en su rostro. Di ideas vagas. La primera propuesta de portada no me gustó. La
segunda tampoco pero no quise extender el proceso (en todo caso la segunda
propuesta sí era mejor que la primera). El editor pidió una foto de perfil para la
contraportada. Rechacé la idea. Aún no era nadie para mostrar mi rostro. Aún me
odiaba lo suficiente para no fotografiarme. El editor escribió la reseña del libro. Me
ponía en el mismo nivel de dos escribas pesados. Me sentí halagado; luego (ya
publicado el libro) me sentí avergonzado (ni siquiera había leído a uno de esos
escribas). Estuve a cargo de escribir la información personal que acompañaría la
reseña. Nombré tres o cuatro aspectos de mi vida que consideré importantes.
Creí ser concreto pero luego (ya publicado el libro), me di cuenta que aquella mini
biografía era innecesaria. Conclusión: reseña y biografía inflaban el libro y mi
nombre más de lo necesario. Pero claro, hay que venderse. Pero claro, hay que
mostrarse.
Se publicó el libro. La editorial me obsequió setenta ejemplares. Los regalé
todos. Algunas personas quisieron darme dinero por el libro. Lo rechacé, no
porque no necesitara el dinero sino porque me hubiera sentido un estafador. Sé
que exagero, que despotricar de sus creaciones es algo inevitable (¿necesario?)
en todo artista, que esta repelencia hacia el libro puede ser también una forma de
publicidad (no hay publicidad mala, como diría el vendedor). Sé que exagero y que
debería sentirme orgulloso de mi primer libro, pero la verdad es que me arrepiento
de haber publicado aquel engendro. De nueve relatos, tres salvan el libro. Un
porcentaje bajo para tal gasto de energía y papel. Es un texto que aspira ser algo
que no logra, que nació producto de una vanidad más que por un mérito real
(aunque al final toda creación parte de la vanidad de materializar una idea interna).
Siendo menos extremista, da igual que el libro exista: se han hecho cosas peores.
Es cierto que con el dinero invertido podría haber hecho algo de lo que me
arrepintiera menos, pero también es cierto que he gastado mi dinero en peores
nimiedades. Cumplí un sueño. Sueño innecesario, pero hice lo que se me dio la
gana.
No promocioné el libro. No podía promocionar algo en lo que no creía. Y
aún si creyera, soy mal autopromocionador. Entre menos tenga que hablar, mejor.
Entre menos tenga que explicar, mejor. Que sea el editor quien se preocupe por
ventas (aunque supongo que ya estará conforme con haber recibido mi dinero, el
hijo deputa). Lo último que me informó fue que en el transcurso del año me
enviaría un reporte de ventas. Que el libro se venda solo, si ha de venderse. Si no
puede venderse solo, que desaparezca. Doscientas ochenta copias harían una
bella fogata. Por supuesto que no volveré a dar dinero para que me publiquen.
Tampoco permitiré que me paguen. Seré filántropo: no volveré a publicar. Seré
realista: no soy un escriba excepcional y ya hay demasiados escribas, así que me
enfocaré en otro tipo de placebos.
El segundo concurso falló a finales de ese año y mi novela ocupó el
segundo lugar. Un concurso de calidad literaria dudosa, por supuesto.
Por: Roy Sensato