Hay artistas que no solo componen canciones, sino que trazan con palabras y melodías una forma única de habitar el mundo. Luis Alberto Spinetta fue uno de ellos. No solo revolucionó la música argentina con su lírica compleja y su sensibilidad sin tiempo, sino que también supo convertir la cotidianidad en poesía, los recuerdos en acordes, y los silencios en filosofía de vida.
En este fragmento, el Flaco nos abre la puerta a su universo más íntimo: sus primeras experiencias musicales, los bailes de carnaval, su temprana fascinación por los Beatles, su abuela, su barrio, sus vecinos, y esa habitación donde grababa y vivía, casi sin salir, como si el arte fuese una forma de retiro sagrado.
Porque Spinetta no solo hablaba del amor o del alma. Hablaba también de kioscos, de panaderos con alma de jazz, de chinos que no fían y de rincones que son refugios. Lo simple, en su voz, se vuelve trascendente.
Este relato no es un testimonio: es una fotografía emocional. Y cada palabra suya tiene la cadencia de una canción que no necesita melodía para tocar el corazón.
“Yo iba a bailar al Club Estudiantes del Norte porque en Besares y Holmberg vivía mi abuela paterna, Ana Catalina Spinetta -recuerda Luis-. A mi tío Oscar le robaba los puchos y los fumaba a escondidas cuando ella iba a hacer las compras. Además había discos de música clásica, recuerdo que escuchaba a Bela Bartok mientras fumaba un Chester. Yo tendría 12 años. A Estudiantes del Norte íbamos a bailar en carnaval. Allí escuché allí por primera vez a The Beatles, que los traducían como Los Escarabajos; no se sabía qué eran. Cada noche esperaba que pasaran esa música, que en determinado momento se empezaba a repetir. Eran otros DJ’s. Esos bailes consistían en sacar a las pibas y bailar, tomar algo, charlar, no pasaba nada en especial. Me hacía el intelectual. Desde hace unos años vivo en Villa Urquiza. Estuve en Miller y Manuela Pedraza, en una casa alquilada hasta que me robaron. Después compré esta casa, instalé el estudio de grabación y me armé mi propia habitación. Se puede decir que vivo en un estudio”.
Spinetta dice que sale poco a la calle, pero eso le basta para tener buenos vecinos: “Mi relación con ellos es la que corresponde, porque yo no salgo mucho y estoy metido la mayor parte del tiempo en el estudio. Pero tengo gente amiga y entrañable como el señor Andrés, que atendía el kiosco de diarios en la esquina; nos queremos mucho. También aprecio a Daniel, el Bill Evans de los panaderos, que es un pibe de oro. La gente de acá a la vuelta me quiere mucho. Conozco pocos vecinos, pero son muy buenos. En una época hubo un supermercadito chino y yo estaba contento porque salía y compraba todo lo que necesitaba en seguida, no tenía que caminar. Un día no me quisieron fiar veinte centavos a pesar de que yo les decía que les iba a pagar; la china me decía no, no y no. No les compré más”.
Por: Luis Alberto Spinetta