Hay joyas que relucen. Y hay otras que cuentan. Que atraviesan siglos, géneros, revoluciones y coronaciones. Que no solo adornan el cuerpo, sino también el relato. Cartier, esa maison legendaria que nació en el corazón de París y conquistó al mundo, es una de esas marcas que no se limitó a seguir tendencias: las creó. Su historia no cabe en una vitrina; exige un museo. Y ahora lo tiene.
Desde el 12 de abril, el Victoria & Albert Museum de Londres presenta “Cartier, the Exhibition”, una travesía visual por más de un siglo de creatividad, innovación y símbolo social. Comisariada por Helen Molesworth y Rachel Garrahan, esta muestra reúne 350 piezas que demuestran por qué la alta joyería no es solo lujo, sino también legado. Es moda, sí. Pero también es economía, arte, poder, feminismo y cultura.
Y como toda historia brillante, esta también tiene sus protagonistas. Louis Cartier, nieto del fundador, era mucho más que un joyero: era un coleccionista apasionado, un visionario que se inspiraba en alfombras persas, manuscritos islámicos y el arte universal. De esa mirada nacieron piezas que anticiparon movimientos como el art déco, mucho antes de que el mundo supiera cómo llamarlos.
También está Frederick Mew, el diseñador británico que creó joyas para maharajás y reinas. Entre sus piezas, brilla especialmente el broche Williamson Diamond, una joya encargada por la reina Isabel II con el diamante que recibió en su boda y que vio la luz en el mismo año de su coronación. Ver los bocetos, con capullos, tallos y pétalos, es asomarse a una intimidad creativa pocas veces vista.
Pero la historia de Cartier no es solo masculina ni monárquica. Es también femenina y revolucionaria. En los años 20, los collares se alargan porque los vestidos abandonan los corsés. En los 40, los broches aparecen con fuerza en trajes de mujeres que comienzan a trabajar. En los 60, las Love y Clou bracelets se convierten en símbolos de amor libre, usados por hombres y mujeres sin distinción.
En el corazón de esta evolución está Jeanne Toussaint, la mujer que llevó la dirección artística de Cartier y que convirtió a la pantera en emblema de la marca. Su apodo, Panpan, y su estilo fuerte, elegante y felino, sigue inspirando hoy como entonces. Porque, como bien dice Molesworth, “cuando ves a Rihanna con una tiara de Cartier, entendés que el éxito no fue vestir princesas europeas, sino mantenerse vigente reinventando su propia historia”.
Y así es como Cartier sigue hablándonos, generación tras generación. Como una joya heredada que no solo deslumbra por su forma, sino por su fondo. Porque llevar una joya es, también, llevar un relato. Un tiempo. Una voz. Una idea. Y cuando lo hacés con orgullo, con pasado y con propósito… dejás de usar una joya y empezás a encarnar una historia.