¿Qué pasaría si el trabajo no doliera? ¿Si la jornada no fuera un castigo, sino una expresión de libertad? Ricardo Flores Magón no solo lo imaginó: lo exigió con la convicción de quien ha visto de cerca la injusticia.
En un mundo donde los que más producen son los menos reconocidos, y los que menos aportan viven con todos los privilegios, Magón alzó la voz por el obrero anónimo, el campesino ignorado, el hombre y la mujer que sostienen el mundo sin gloria ni gratitud. Pero su crítica no es solo denuncia: es una propuesta revolucionaria. Visualiza una sociedad donde no hay parásitos ni jerarquías impuestas, donde el trabajo es compartido y libre, y donde la justicia no es un discurso sino una práctica diaria.
Este fragmento no es solo una reflexión política: es un llamado urgente a repensar el valor del trabajo, la dignidad del esfuerzo y la posibilidad —real— de un mundo donde nadie explote y nadie sea explotado.
Leer a Flores Magón es encender una chispa: de conciencia, de rebelión, de esperanza.
Lo que se llama actualmente «pereza» es más bien el disgusto que siente el hombre de tener que deslomarse por un salario de mendigo, siendo, además, mal visto y despreciado por la clase social que lo explota, mientras los que no hacen nada útil se dan vida de príncipe y son considerados y respetados por todos.
Ese disgusto hace que el hombre sienta aversión por el trabajo; pero en una sociedad de iguales, en que el trabajador ve que su trabajo no es aprovechado por otro en perjuicio suyo; en que cada uno se sentirá amo de sí mismo, en que por el solo hecho de no haber más parásitos y de estar todos obligados a producir algo útil, la producción será tan grande que bastarán unas tres horas de trabajo agradable diario para tener satisfechas todas las necesidades, ¿Quién será aquel que deje de dar su contingente a la producción?
Por: Ricardo Flores Magón
Fragmento «Regeneración, 1914»