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domingo, septiembre 8, 2024

La conciencia de las palabras

A nosotros los escritores nos inquietan las palabras. Las palabras significan. Las palabras apuntan. Son flechas. Flechas clavadas en la piel áspera de la realidad. Y cuanto más solemnes, más generales son las palabras, más se parecen a salones o a túneles. Pueden ampliarse, o hundirse. Pueden llegar a saturarse de mal olor. A menudo nos recordarán otros salones, donde nos gustaría morar o donde creemos ya estar viviendo. Acaso hayamos perdido el arte o la sabiduría de cómo habitar esos espacios. Y a la postre esos espacios de intención mental que ya no sabemos cómo habitar serán abandonados, tapiados, clausurados.

¿Qué queremos decir, por ejemplo, con la palabra «paz»? ¿Queremos decir ausencia de conflicto? ¿Queremos decir un olvido? ¿Queremos decir perdón? ¿O queremos decir un profundo hastío, un agotamiento, un vaciamiento del rencor?

Me parece que la mayoría de las personas quieren decir «victoria» con paz. La victoria de su bando. Eso es lo que «paz» significa para ellas, mientras que para los otros significa derrota.

Si se consolida la idea de que la paz, aunque es en principio deseable, implica una renuncia inaceptable a reivindicaciones legítimas, entonces la opción más verosímil será el ejercicio de la guerra por algo menos que todos los medios. Los llamamientos a la paz serán tenidos, sino por fraudulentos, sin duda por prematuros. La paz se convierte en un espacio que la gente ya no sabe cómo habitar. La paz debe re-establecerse. Re-colonizarse…

¿Y qué queremos decir con «honor»?

El honor como un criterio riguroso de conducta privada parece corresponder a una época remota. Pero la costumbre de conferir honores —para halagarnos a nosotros mismos y a los demás— sigue incólume.

Conferir un honor es declarar un criterio que se cree compartido. Aceptar un honor es creer, por un momento, que es merecido. (Lo más que puede decirse, por consideración, es que no se es indigno del mismo). Rechazar un honor ofrecido parece zafio, antipático, pretencioso.

Un premio acumula honor —y una capacidad de conferirlo— al elegir a quienes ha honrado en años anteriores.

Siguiendo esta norma, considérese el polémicamente denominado Premio Jerusalén que, en su historia de relativa brevedad, ha sido concedido a algunos de los mejores escritores de la segunda mitad del siglo XX. Aunque según todo criterio evidente es un premio literario, no se denomina Premio Jerusalén de Literatura, sino Premio Jerusalén por la Libertad del Individuo en la Sociedad.

¿Todos los escritores que han ganado este premio en realidad defendieron la Libertad del Individuo en la Sociedad? ¿Es eso lo que ellos —ahora debo decir «nosotros»— tenemos en común?

Me parece que no.

No sólo representan un amplio espectro de la opinión política. Algunos de ellos apenas han tocado las Grandes Palabras: libertad, individuo, sociedad…

Pero lo que importa no es lo que un escritor dice, sino lo que un escritor es.

Por: Susan Sontag

Las Palabras de la Imagen

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