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sábado, septiembre 7, 2024

Un libro que rescata el archivo polifónico de la guerra en Colombia

Libro reseñado: Violines, fusiles y balígrafos. Huellas literarias sobre el fundador de las Farc. Farouk Caballero Hernández. Universidad del Norte, Barranquilla, 2019, 146 pp.


Este pequeño libro constituye un esfuerzo por pensar distinto y contra las corrientes dominantes en el mundo académico y periodístico. Un texto como este solo puede producirse en alguna universidad, dada su escasa circulación y pocos lectores, porque es impensable en un medio de difusión masiva. Ahí no se publicaría y, si llegase a suceder, su autor sufriría un linchamiento mediático. La razón: se atreve a escribir lo que piensa sobre un personaje trascendental en la historia contemporánea de Colombia, como lo ha sido Pedro Antonio Marín –aunque eso no se suela admitir–, conocido como “Manuel Marulanda Vélez” o “Tirofijo”. Y no solo es el personaje que se estudia; es la forma de abordarlo, en la que no hay epítetos condenatorios ni afirmaciones basadas en los prejuicios.

El autor sostiene que va a explorar la hipótesis de lectura según la cual “el personaje literario de Tirofijo se configura como memoria colectiva del campesinado colombiano y de la historia de las farc”. En concreto, lo que el autor plantea es básico y elemental: Desde el análisis de un personaje excepcional en la historia de Colombia, se podrá reconstruir el sufrimiento de un pueblo campesino que, salvo escasísimas excepciones, siempre ha recibido un trato denigrante por parte de la clase dirigente. El Estado colombiano los masacró para apoderarse de tierras y recursos agrícolas o para entregar esas tierras y recursos al capital extranjero […]. (p. 13)

El libro que comentamos se basa en la exégesis de dos autores emblemáticos de literatura testimonial sobre Manuel Marulanda Vélez: Arturo Alape, que escribió varios libros sobre el tema, y Alfredo Molano, autor de Trochas y fusiles (1994). También se apoya en el escrito del propio Marulanda, Cuadernos de campaña (1973). El autor asume el tema desde este género, que ha germinado en América Latina durante los últimos sesenta años y en el cual no existen fronteras claramente delimitadas entre historia y literatura. Más bien es un género ‒si puede aplicársele ese término‒ híbrido, que recurre al relato directo de un personaje y a partir de allí hace una reconstrucción verosímil de procesos históricos concretos. No son ficciones lo que se cuenta sino hechos reales, reconstruidos a través de la voz, el recuerdo y la memoria de personajes que intervinieron directamente en los acontecimientos rememorados.

Esta literatura testimonial ha sido indispensable para reconstruir la historia contemporánea de Colombia y especialmente el conflicto armado de los últimos 75 años. Se trata, nos dice el autor, de relacionar literatura, violencia y sociedad, y de considerar las formas narrativas que se ocuparon del guerrillero más conocido de Colombia. Y se recurre a una forma narrativa “marginal”, a un “subgénero” (la literatura testimonial), porque la “gran literatura” no se ha ocupado de ese personaje, lo cual es congruente con el hecho de que los poderes dominantes consideren a los campesinos y la reforma agraria como algo marginal y sin importancia.

Gran parte del devenir histórico de Colombia en la segunda mitad del siglo xx estuvo signado por la presencia de Manuel Marulanda Vélez, un campesino liberal que se convirtió en el comandante y estratega guerrillero más importante del país. Por ello, Farouk Caballero hace un seguimiento cronológico de la manera como los autores señalados recorren la vida de este personaje, concentrándose en dos momentos: las génesis de las guerrillas contemporáneas, cuyo punto de referencia es el 9 de abril de 1948, y el período que comprende desde la amnistía de Rojas Pinilla hasta los bombardeos de Marquetalia en 1964, cuando surgen las farc. El hecho emblemático que marca el nacimiento de Marulanda como personaje histórico es el 9 de Abril, en el municipio de Ceilán (Valle del Cauca), donde se encontraba vendiendo quesos. En ese lugar se perpetró una masacre de liberales a manos de pájaros conservadores, en octubre de 1949. Y ese hecho va a influir en la decisión de un joven campesino, con 19 años, de levantarse en armas contra los pájaros.

Ceilán pertenece a la geografía del terror en Colombia, porque es de aquellos lugares que sabemos que existen y forman parte del territorio colombiano cuando allí se presenta una masacre o una desgracia. Como dice Alberto Salcedo, “los habitantes de estos sitios pobres y apartados solo son visibles cuando padecen una tragedia. Mueren, luego existen” (como se cita en la p. 25). Lo mismo sucedió en Betania, una población donde se hallaba el joven Marulanda, y en la que se presentó otra masacre de pájaros conservadores. Después del hecho le tocó huir y empezar un largo éxodo interno que para él duró sesenta años. Se desplazaba con los campesinos que huían de la violencia conservadora. Pero no se trataba de huir simplemente, sino de defenderse para no dejarse matar, y por eso se organizaron. Dice Marulanda: “Nosotros no llamamos guerrilla a la agrupación, no sabíamos qué era una guerrilla. Nos unimos un grupo de parientes y amigos y andábamos por el monte y al sitio de llegada pedíamos colaboración a los liberales y nunca lo negaron” (como se cita en la p. 53). Ese campesino fue obligado a tomar la escopeta para defenderse y dejar abandonado el azadón y el violín, porque Marulanda era un músico aficionado.

Antes de Gaitán, los campesinos liberales eran simplemente liberales; después se volvieron gaitanistas y, luego del 9 de Abril, nueveabrileños, lo que significaba bandoleros, enemigos de la Iglesia y el partido conservador, que debían ser liquidados. Uno de esos campesinos era Pedro Antonio Marín, que pasó a formar parte de esos nueveabrileños, perseguidos con saña por pájaros y clérigos conservadores. Aunque la violencia se desató principalmente en los campos, en las ciudades se perseguía y mataba a estudiantes, sindicalistas y comunistas. Uno de los asesinados fue el líder sindical Manuel Marulanda Vélez, torturado en los tenebrosos calabozos del Servicio de Inteligencia Colombiano (sic) en Bogotá. Como homenaje a ese trabajador asesinado, Pedro Antonio Marín se cambió el nombre y en adelante se conocería con el de Manuel Marulanda Vélez.

El mismo nombre es un nexo simbólico de la violencia en campos y ciudades en la década de 1950, cuya sombra se proyecta hasta nuestros días. El autor recorre otros dos momentos trascendentales en la historia de Marulanda y de Colombia: la amnistía de Rojas Pinilla y el ataque a Marquetalia. Estos dos hechos, aunque separados por más de diez años, están entrelazados: Rojas desmovilizó a las guerrillas liberales para liquidar luego a sus líderes más importantes, pero Marulanda no fue de los que se amnistió ni entregó las armas; más bien se refugió en otro lugar del campo, en donde con otro grupo de liberales y comunistas conformó unas autodefensas campesinas, uno de los reductos de lo que la reacción conservadora denominaba “repúblicas independientes”. Entre ellas estaba la de Marquetalia, que fue atacada en 1964 por las Fuerzas Militares, y de allí nacieron las farc. En ese proceso, Marulanda mostró sus dotes de estratega militar nato, organizador de combatientes, conocedor de la geografía en donde posaba sus pies. Estaba enterado de lo que sucedía en Colombia y en otros lugares del mundo. Es Marquetalia, en 1964, la que dará a conocer a Colombia y el mundo la existencia de Manuel Marulanda Vélez, debido a la represión del Estado colombiano y a la participación de los Estados Unidos.

Aunque al autor hace algunas referencias a otros momentos de la vida de Marulanda, se concentra en el período fundacional de las farc y en sus antecedentes, que como vimos se remiten al 9 de Abril. Y se concentra en estos dos momentos siguiendo las afirmaciones que aparecen en los autores mencionados. Del exhaustivo seguimiento a lo que dicen Alape y Molano, Farouk Caballero concluye que Marulanda, un auténtico campesino colombiano, terminó siendo un “individuo universal”, retomando la definición de Georg Lukács: “Son grandes porque son capaces de responder a los problemas que en ese momento conmueven profundamente la vida del pueblo” (como se cita en la p. 118).

En síntesis: Al emerger de un grupo oprimido (los campesinos liberales arrasados en la época de la violencia), Tirofijo se consolida como un individuo universal y auténtico, que representa a cabalidad el sufrimiento de su pueblo y que es en sí mismo un archivo polifónico de la guerra en Colombia. (p. 134, énfasis mío) Esta bella expresión apunta al objetivo central que se ha trazado el autor del libro, esencial para enfrentar el reinicio de la tercera fase de nuestra interminable guerra: “Nunca fue el objetivo, no se pretendió ni ensalzar la lucha de las farc ni satanizarla. Se buscó elaborar un análisis literario sobre una figura sin parigual en la guerra de Colombia” (p. 139). Y esa figura pervive en los papeles literarios, que examina el autor con meticuloso cuidado.

Además, el personaje analizado fue un hombre culto a su manera, dentro de su horizonte campesino, que de adolescente y joven tocaba violín, que leía de manera cotidiana, que escribió unos cuantos textos políticos y militares, que hablaba y se expresaba con la sencillez de los campesinos. Teniendo en cuenta todos estos elementos, como lo dijo un autor, fue “un Pancho Villa que leyó a Lenin”. Como el autor se ocupa de unos momentos y unas facetas de la vida de Marulanda, precisa que no existe un solo Marulanda sino muchos, y es necesario que en Colombia se les estudie. Eso es indispensable porque para construir un país en paz ‒un proyecto que hoy está muy enrevesado‒ se requiere conocer la historia de nuestra guerra sin nombre, pero guerra al fin y al cabo. Ese examen es necesario, porque no se puede pensar en construir algún tipo de paz o concordia negando la historia de la rebelión en Colombia, o con la equivocada suposición de que si se mata físicamente a quienes se rebelan y se borran sus nombres de los libros ya está solucionado el problema que motiva la rebelión. Ese procedimiento que ha imperado siempre en Colombia, en el que se mezclan impunidad y amnesia, es el germen que alimenta nuevas guerras. Libros como este son los que se necesitan en las actuales circunstancias, cuando se habla de paz aunque la guerra nunca haya terminado, porque como el autor bien lo indica “para hablar de paz hay que pensar en las historias de la guerra” (p. 135).

Por: Renán Vega Cantor

Profesor Universidad Pedagógica Nacional


Vega Cantor, R. (2023). Un libro que rescata el archivo polifónico de la guerra en Colombia. Boletín Cultural Y Bibliográfico57(104), 118–119. Recuperado a partir de: https://publicaciones.banrepcultural.org/index.php/boletin_cultural/article/view/22061

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